La cantera del FMI

CHRISTINE Lagarde es una mujer enjuta de labio superior muy fino, que es labio de personas que dicen cosas muy taxativas y luego, cuando parece se lo están mordiendo, resulta que están calladas. No prueba el alcohol y es vegetariana; a pesar de eso dirige el FMI. Tanto fue el cántaro a la fuente que a Lagarde le registraron ayer la casa. Iban buscando papeles relacionados con Bernard Tapie, un empresario del que emerge piel de lagarto si se le rasca con cariño; en los 90, cuando lo rascabas, aparecía Papin y adiós a semifinales. Lo suyo hubiera sido que los agentes saliesen de la casa de Lagarde con unas bolsitas de plástico en las que hubiese bacon y vodka y las agitasen delante de las cámaras llamándola «vieja hipócrita». No sé en qué quedo eso. Como se sabe Lagarde sustituyó a Strauss-Kahn, que sustituyó a Rato. Judicialmente resulta más seguro ordenar un desembarco de cocaína que dirigir el FMI. De tres, tres: ni un cartel. A Washington se está mandando lo mejor de cada casa. Suele insistirse en que el director del FMI tiene rango de jefe de Estado, frase que me lleva siempre a aquella de que la reina de Inglaterra tiene que cederle el paso en el ascensor a la duquesa de Alba: sí, y a mi padre en skate. Efectivamente el jefe del FMI tiene rango de jefe de Estado pero sin su inmunidad diplomática, de la misma manera que Cayetana de Alba, con todo lo señora que es, ya puede ir a un piso distinto que el de Isabel II para no acabar juzgada al público en Trafalgar Square. Los abogados de Lagarde dicen que el registro es bueno porque aclarará las cosas. Todo es bueno. Un día se condenará a alguien y será bueno «porque podremos trabajar tranquilos en su defensa». «Ahora tenemos todos los elementos y empieza la batalla», dirá un abogado gordito mientras al condenado, flipando, se le sienta en la silla eléctrica.